lunes, 19 de abril de 2010

Un secreto que no puedo revelar

Hoy escuché una cuestión muy hermosa. Lo dijo María Elena Rojas en medio de una conversación con Leonello Santoro. La lanzó cuando contaba rápida y resumidamente su vida.
María Elena fue compañera mía en el Liceo Gabriela Mistral y no la veía desde diciembre de 1973, cuando tuvo lugar el último día de clases de la Enseñanza Media.
Lo que dijo mi estimada gabrielina es una frase que es posible escucharla de tanto en tanto en alguna película, pero en la vida real es muy improbable. Digo que es improbable escucharla, pero sin duda se ha dicho y no es loco imaginar que se ha dicho en todos los idiomas del mundo. Yo supongo que cuando más ha salido la frase es cuando algunas mujeres la han soltado en un momento de confidencias con su mejor amiga y también imagino que está muy lejos que algunos hombres la hayan oído. Para mí fue todo novedad.
Las palabras en cuestión las podrán haber pronunciado muchas mujeres en el mundo, pero me gusta creer que ninguna las ha dicho con la candidez, sinceridad y profundidad que las pronunció María Elena. Tiene que ser así porque sus palabras me hicieron sentir alegre, esa alegría que lo lleva a uno a exclamar espontáneamente ¡qué bonito es lo que dijiste! Tiene que ser así también porque lo que dijo María Elena fue ver, sentir, escuchar o tocar la definición de un noble sentimiento, uno de los mejores que tiene la Humanidad. Fue una de las excepcionalísimas ocasiones en que uno puede aprehender por un segundo una cuestión de una nobleza infinita.
Los artistas a veces logran transmitir algo así con su arte, y para mí en particular lo logran los poetas y el cine. Otro lo verá en la pintura o la música.
María Elena lo hizo y yo (que suerte la mía) estuve ahí para escucharla.

¿Qué dijo María Elena?
¿Es hora que lo cuente ya?
Creo que no, ni ahora ni nunca. Parafraseando una expresión de mi infancia, no es tanto lo que dijo sino como lo dijo. Y como no puedo reproducir ese instante tal como yo lo viví. Si escribiera la frase ahora (son dos palabras, repetidas tres veces) no reflejaría ni un milésimo de la magia con que yo la sentí.