Luego de terminar de plantar los tres ficus en tres grandes y nuevas macetas en la terraza del departamento, me sentí muy contento. No tanto porque los tres arbolitos se veían bonitos y que se venía a demostrar que fue buena la idea de plantarlos allí para que una vez crecidos cortaran la vista con la terraza del vecino, sino que la tierra utilizada había sido hecha enteramente por nosotros, mi amada cónyuge y yo.
La hicimos de la más manera más simple y a imitación de la naturaleza: juntamos en un rincón del patio, detrás de unas tinajas de gredas compradas en Pomaire, cáscaras y restos de verduras que deja la preparación de las comidas; y también amontonamos allí hojas y el pasto recién cortado del jardín.
Lo hicimos luego de la desilusión que tuvimos con la compostera, ese gran recipiente de plástico con agujeros científicamente calculados para convertir los restos vegetales en tierra de hojas. La cuestión sirvió para tener hojas podridas. Al escribir esto me acordé de la gruesa capa de hojas, reunidas allí por miles de años, que tenían los bosques del Parque Nacional Conguillío. Con mi familia caminábamos en medio de esos árboles y el suelo era blando, a veces similar a una esponja.
Me acordé también que una vez vi hacer tierra con deshechos en el campo, en la zona central de Chile, cuando reporteaba un programa gubernamental de apoyo a los pequeños campesinos. La diferencia es que el campesino que yo vi le enseñaron a agregarle gusanos que apuraban el proceso. Pero los gusanos atraían a las gallinas y para evitar que estos pajarracos dieran cuenta de los gusanos, el campesino tenía que tirar encima del montón de restos vegetales, un montón de ramas.
Lo nuestro fue estilo Conguillío.
De ahora en adelante ya no calificó más de basura a los restos vegetales que se generan en la cocina. Son simplemente tierra pura para las plantas de macetas, tierra de la buena para las jardineras, tierra fértil para el cilandro, el orégano, el peregil, el apio y el laurel que cultivamos en nuestra casa, en maceteros pequeños, al alcance de nuestra mano.
Hay una especie de encantamiento en este proceso de convertir los restos vegetales. Yo estaba realmente contento cuando observaba la tierra de los maceteros con los ficus. Increíblemente un poco de tierra me estaba dando alegría y satisfacción. Así que quise escribir estas líneas para compartir mi contentamiento y porque me sentía agradecido.
¿Agradecido?, ¿de quién? Y ¿por qué?
No lo sé. A lo mejor este es el sentimiento que inspira a algunos habitantes del planeta, a aquellos cuya cultura proviene de los pueblos originarios del continente americano quienes tienen especial comunicación con la tierra y dedican un día a agradecerle por los alimentos que nacen de ella.
A lo mejor en un día no muy lejano seremos miles los que haremos nuestra propia fértil tierra. El más contento sin duda será nuestro planeta.
viernes, 25 de septiembre de 2009
jueves, 20 de agosto de 2009
Yo casi fui estafado telefónicamente
1
En un día de tranquilidad absoluta estaba yo trabajando en mi oficina-casa, sonó el teléfono, como siempre por supuesto, pero esta vez no era mi jefa on line, un amigo que llama para saludar o esa impertinente publicidad telefónica que este año se ha puesto de moda; sino que era mi sobrino Pablo que llamaba, el que no me llama nunca.
-Tío, habla Pablo.
-¿Cuál Pablo?, le pregunté en todo de broma.
-Chist, tío. Me extraña, su sobrino mayor.
Claro, después de eso y de reconocer su voz, era imposible ponerme a pensar que no era Pablo, mi sobrino mayor.
En breves pasajes del relato su voz la escuchaba un poco extraña, pero él, como si adivinara lo que estaba pensando me dijo.
-Estoy hablando medio raro tío porque acabo de chocar, en la camioneta del trabajo y me pegué re' fuerte en la boca. ¿Me puede ayudar tío?
-¿Dónde estás? Voy inmediato para allá -fue lo que le dije. Pero, mi sobrino tenía una idea mejor. -Tío, hable mejor con el teniente. El sabe cómo usted puede ayudarme. Ahora debe irme porque me está esperando la ambulancia.
-Buenos días, habla el teniente ... -se me olvidó el nombre del teniente, pero imaginemos que era Figueroa- ¿Es usted familiar del joven Pablo?
Después me cuenta que Pablo iba de acompañante en la camioneta y tendrá que ir al hospital y luego quedará detenido.
-¿Detenido, pero si solo era acompañante? -la duda y la pregunta salieron instantáneamente.
-Lo que pasa que Pablo quiere solidarizar con el chofer. Dice que lo va acompañar a cualquier parte.
Yo me puse a cavilar al respecto. ¿Será nobleza la de mi sobrino actuar así, se puso gil o es que algo hizo y lo están presionando por ello? No alcancé a llegar a ninguna conclusión porque el teniente Figueroa cambió de tono y con voz del que manda a la tropa, continuó:
-Mire señor, para que lo tenga bien claro estos jóvenes son los responsables del accidente y chocaron contra un automóvil en que iba un matrimonio con una niñita de cinco años. A la niñita se la llevaron a la Clínica Las Condes y el caballero lo único que pide es que le paguen los costos de esa clínica. Está pidiendo $500.000. Ahora Pablo me dice que con cuánto dinero lo puede ayudar usted.
Rápido por favor, que a este teléfono le queda pocos minutos y lo que yo estoy haciendo es una gran, gran favor. Estoy poniendo mi carrera en riesgo por estar haciendo de intermediario entre dos particulares que chocaron. Ahora señor, dígame rápido.
-No tengo $500.000 en este momento -dije como empezando (pero muy a lo lejos) a sospechar algo.
-Pero cuánto tiene. ¿Puede conseguirse 250.000? El otro joven se consigue la otra mitad.
-Tendría que hacer algunas llamadas para ver si me consigo dinero.
-Buen bien. Hágalas rápido. Ahh, Pablo me pide que le cargue este teléfono para poder seguir en contacto. Anote, el siguiente es el número.
Y yo obediente, aunque ahora en retropectiva debería decir: Y yo gil, anoté el número y el teniente me cortó porque no tenía más tiempo y que me llamaría más rato con el teléfono de Pablo y por eso era necesario comprar minutos.
Cargué el teléfono y después (por qué no se me ocurrió antes) llamé a mi hermana, o sea la mamá de Pablo para decirle que yo iba a ayudar al muchacho y que estuviera tranquila.
-¿De qué estás hablando? Pablo está aquí a mi lado.
Plop.
2
Ahí decidí pasar al contraataque. Cambiar los roles, que el gil fuera él y yo el pillo. ¡Yo me iba a pasar al lado oscuro! En eso momento no pensé en esto del lado oscuro, simplemente sentía en mi cuerpo y mente la adrelanila que se había desatado luego de saber que casi me estaban por teléfono.
Escribí casi, en realidad ya me habían estafado $5.000, pero ¿quién quiere aparecer como gil estafado por teléfono con el cuento del tío? Así que en una rápida maniobra mi cerebro solito hizo las sinapsis necesaria para que quedará en claro que casi fue estafado por $250.000 y era mejor olvidar lo del teléfono que no fue lo sustancial de la historia.
3
El tipo llamó de nuevo, preguntando si había comprado minutos para el teléfono y si iba a colaborar con Pablo.
-Sí, me conseguí $100.000 -dije una cantidad baja imaginando que era más creíble.
La cifra desilusionó al falso tenitente Figueroa. "$100.000 no más", pero el tono que usó era como si me dijera: "Chis, que poco, muy poco para el tremendo teatro que estamos haciendo. Pero ya, mejor 100.000 que nada".
La frase también sirvió para que saliera por unos segundos el verdadero yo que estaba al otro lado. El tono autoritario desapareció y surgió el tono de un flaite.
"Habla como flaite usted ", me dieron ganas decirle y desemarcarlo de inmediato, tentándome con eso de obtener una recompensa a corto plazo y abandonando el mayor placer que da conseguir un objetivo que es más difícil de alcanzar. Pero no caí en tentación y le pregunte ¿dónde está la persona del accidente para ir a dejarle el dinero?, cuidando que mi tono dijera exactamente lo mismo, es decir, cuidando que la voz no me traicionara y el flaite Figueroa se diera cuenta que yo no le creía el cuento.
-No caballero, esta persona quiere que le depositen el dinero en un local de Sencillito.
-¿Sencillito? ¿Qué es eso? En verdad era la primera vez que escuchaba de Sencillito. Y parece que ayudó a ser convincente porque el flaite Figueroa se tomó su tiempo para exlicarme la cuestión. El tono claro y potente del teniente lenta y progresivamente iba quedando atrás.
Me dió el nombre de una persona a la que tenía que depositar. Era el nombre de una mujer. También me dijo que cuidara muy bien el comprobante y cuando me volviera a llamar tendría que darle el número de 10 dígitos del comprobante.
Con esto de los 10 dígitos el muy gil me dió un dato que me ayudó a ser más creíble que yo en verdad había hecho el depósito.
-Lo voy a llamar en una hora.
-¿Cómo está Pablo?
-Ahh. Está muy bien está aquí cerca mío. Eh, Pablo tú tío pregunta cómo estás. Dice que te va a ayudar. Está bien, solo tiene contusiones en la cara. Se le van a pasar luego. Quédese tranquilo yo cuido a Pablo.
4
Después llamé a Carabineros y ahí en la Comisaría de Ñuñoa una persona que dijo que era tiempo perdido hacer la denuncia. Primero porque estos tipos usan teléfonos de prepago (si no lo sabré yo) y el nombre de la persona que le dio seguro que es el de alguien a quien le robaron el carné de identidad.
Supongo que la policía tendría razón. Así que no insistí, pese a que teníamos tiempo para hacer algo. El flaite Figueroa suponía que yo iba camino al banco y luego al local Sencillito del centro.5
Pasó un par de horas y llamó. Me aguanté la tentación de contestar de inmediato y si el flaite Figueroa tenía un cómplice, yo también. Así que le expliqué la historia a mi hijo Pablo que acababa de llegar de la universidad.
Pablo, accedió y le dijo: "No, mi papá salió. Al banco parece".
Estas sencillas palabras se convirtieron en palabras mágicas porque el flaite Figueroa le costó dinero y mucho tiempo darse cuenta que no era verdad. Supongo que tuvieron el mismo efecto que tuvo el mí "Hola tío, habla Pablo, tu sobrino mayor. Ayúdeme tío".
Pasó otro par de horas y nuevamente el llamado el falso teniente Figueroa. De nuevo le pedí a mi hijo que siguiera con el juego: "No ha llegado".
Transcurrió otra hora más y ahora sí que levanté yo el teléfono.
-Ya caballero. Cómo le fue.
-Bien, ya hice el depósito. Un momentito.
Dije estas palabras y dejé el teléfono sobre el escritorio. Lo hice porque no sabía bien que más decir. Ahí se me ocurrió que mientras más lo hiciera esperar más gastaba dinero que tenía cargado en su teléfono (que ya sabemos de qué gil era). Yo estaba del lado oscuro y hacerlo esperar me pareció lo más lógico. Pasaron largos minutos y el llamado se cortó. Lo supe porque escuché el tuutuutuu.
Así que colgé e inmediatamente volvió a sonar. Era él.
-Parece que hay un problema con la línea -me dijo.
El mismo me puso la excusa de porqué yo había guardado silencio. Ahí mi lado oscuro se alegró y cómo no si el tipo seguía creyendo en mi cuento del tío.
-Sí. El teléfono se quedó en silencio -le dije.
-Usted me contaba que ya hizo el depósito.
-Claro.
-Ah, que bueno. Ahora todo va andar bien para su sobrino Pablo. Tiene que darme el número que sale en el recibo.
Entonces inventé el número, cuidando que fueron diez dígitos y lo anoté en un papelito a medida que se los iba cantando al gil.
-Me los repite por favor para asegurarnos que no haya ningún error.
El gil no lo era tanto, pero yo era el pillo que iba un peldaño más arriba que él y tenía anotado el número.
-¿Cómo está Pablo? ¿Ya lo vieron en el hospital? -le pregunté centrando la conversación en lo que a mí debería importarme de verdad y olvidándome del dinero._
-Sí, está muy bien. Fue dado de alta. ¡eh, cabo! ¿Usted vió recién al joven Pablo? ¿Cómo está? ¿Tengo al teléfono al tío que está preocupado?
Una voz dijo algo a lo lejos. No entendí, supongo el hecho de aguantarse la risa no lo dejó pronunciar bien las palabras.
6
Hubo dos llamadas más y en las dos ocasiones lo dejé esperando largo rato. Y en las dos ocasiones me creyó que mi teléfono tenía problemas. Uno de los llamados fue para pedirme de nuevo el número del depósito. A estas alturas del teniente Figueroa no quedaba nada. Me había quedado en claro que la cómplice había ido a Sencillito, hecho la fila y solicitado el dinero con un número que no existía en los registros de Sencillito.
Al sacar estas cuentas mí lado oscuro se alegró de nuevo. Era seguramente lo que llaman "el dulce placer de la venganza". Estaban gastando tiempo y dinero en movilizarse y sintiéndose frustrados al ver que el engaño aún no daba frutos.
En la última llamada del flaite se le notó de inmediato que ya no me creía. Nuevamente su cómplice había ido de Sencillito y había salido con las manos vacías. Me preguntó por mi domicilio, ni siquiera se molestó en decirme para qué quería mi domicilio; me preguntó mi parentesco con Pablo. Le respondí todo poniendo voz de cordero degollado, pero con datos falsos. No me creyó.
Con estas preguntas me quedaba claro que el flaite quería vengarse de mi osadía de burlarme de él y su banda. Su última pregunta ¿dónde me dijo que trabaja usted?
A estas alturas el lado oscuro me estaba abandonando y me entró un poco de miedo, así que le dijo que trabaja en la Policía de Investigaciones.
-Aaah -exclamó y yo lo traduje como "con razón nos pilló y no nos tuvo miedo".
-Como le pedí al comienzo, caballero, por favor no vaya a contarle a nadie este trámite que hice en favor de su sobrino Pablo.
-No, por supuesto que no. Yo conozco perfectamente el régimen de Carabineros. No ve que nosotros también tenemos una disciplina similar. Quédese tranquilo.
El gil se despidió, ya no recuerdo sus palabras exactas, pero no hubo referencia al accidente, a Pablo ni al depósito en Sencillito. Yo tampoco pregunté por Pablo ni por cómo le había ido con el cobro del dinero en Sencillito.
Al sacar estas cuentas mí lado oscuro se alegró de nuevo. Era seguramente lo que llaman "el dulce placer de la venganza". Estaban gastando tiempo y dinero en movilizarse y sintiéndose frustrados al ver que el engaño aún no daba frutos.
En la última llamada del flaite se le notó de inmediato que ya no me creía. Nuevamente su cómplice había ido de Sencillito y había salido con las manos vacías. Me preguntó por mi domicilio, ni siquiera se molestó en decirme para qué quería mi domicilio; me preguntó mi parentesco con Pablo. Le respondí todo poniendo voz de cordero degollado, pero con datos falsos. No me creyó.
Con estas preguntas me quedaba claro que el flaite quería vengarse de mi osadía de burlarme de él y su banda. Su última pregunta ¿dónde me dijo que trabaja usted?
A estas alturas el lado oscuro me estaba abandonando y me entró un poco de miedo, así que le dijo que trabaja en la Policía de Investigaciones.
-Aaah -exclamó y yo lo traduje como "con razón nos pilló y no nos tuvo miedo".
-Como le pedí al comienzo, caballero, por favor no vaya a contarle a nadie este trámite que hice en favor de su sobrino Pablo.
-No, por supuesto que no. Yo conozco perfectamente el régimen de Carabineros. No ve que nosotros también tenemos una disciplina similar. Quédese tranquilo.
El gil se despidió, ya no recuerdo sus palabras exactas, pero no hubo referencia al accidente, a Pablo ni al depósito en Sencillito. Yo tampoco pregunté por Pablo ni por cómo le había ido con el cobro del dinero en Sencillito.
7
Mirando el episodio en retrospectiva, debí en ese momento haberme reído de él y haberte gritado "Te cagé huevón, gil. Te creíste mi cuento, huevón ahuevonado. Ja ja ja ja ja ja ja ja".
Era lo correspondía porque este remate burlón es clásico en las personas que están del lado oscuro, lo he escuchado muchas veces.
Como no lo hice, concluyo que a esa altura ya había regresado al lado de siempre.
Era lo correspondía porque este remate burlón es clásico en las personas que están del lado oscuro, lo he escuchado muchas veces.
Como no lo hice, concluyo que a esa altura ya había regresado al lado de siempre.
domingo, 17 de mayo de 2009
Liceo Gabriela Mistral
Luego de 36 años del egreso del Liceo Gabriela Mistral, la generación de 1973 del Cuarto A volvió a reunirse. También asistieron ex alumnos de otros cuartos. En total 15 personas, que sumaron 810 años.
La anfitriona fue Ita Mardones y el convocador y organizador, Leonello Santoro.
Si hubiesemos estados todos ciegos la frase más repetida y veraz habría sido “estás igualito”, o más preciso si aceptamos imaginar que estábamos ciegos “tu voz está igualita”.
Verdad, la voz no nos ha cambiado.
Me lo dijo Leonello antes que entrara, cuando Ita dijo “debe ser Félix”. “El mismo que viste y calza”, respondí yo antes que abriera la puerta y Leonello dijo “tiene la misma voz”.
Así fue. Era cosa de cerrar los ojos y escuchar.
Pero como no estábamos ciegos, los cambios eran sustanciales. Aunque algunos estaban notablemente conservados. Si me exigieran dar un premio al que estaba igualito al año 73, Nancy Jorquera y Rigoberto Paniati compartirían el primer lugar. Detrás de ella y con muy pocos puntos de diferencia estaría Antonieta Ramos, Marcelo Robles y Dora Pizarro. El tercer lugar estaría ocupado por Leonello Santoro e Ita Mardones. A todos ellos los habría reconocido si me los hubiera topado de sorpresa en la vía pública. A los otros y otras no los habría reconocido.
Antes del encuentro, yo tenía muchas situaciones y rostros borrados. Incluso no recordaba si éramos del Cuarto A o del Cuarto B.
Pero conversar y verlos allí, me trajo muchas cosas. Creo que no hemos cambiado mucho en cuanto a nuestras personalidades, noté en muchos que los “lineamientos generales” de la forma se ser de cada uno estaban intactos. Las “pinturitas” conservaban su modo de ser “pinturitas”, los tranquilos y callados seguían tranquilos y con pocas palabras, los buenos para revolverla, siguieron revolviéndola.
En este sentido, para mí la más cambiada fue Antonieta Ramos. La único que encontré de ella igual a esa fecha es que sigue amiga de los garabatos, pero en proporción mucho más baja. En la época de estudiantes sentía que ella ponía distancia comnigo y probablemente yo también con ella, pero ahora la encontré una persona muy cálida y acogedora, permamentemente preocupada de los otros, delicada al hablar de otros y con el don de escuchar de verdad. Un abrazo para ti Antonieta.
Hubo en el encuentro una persona que no me entró nunca en la memoria. Todos los otros se acordaban de ella, pero yo tenía bloqueado todo recuerdo: su nombre, su rostro, su ubicación en la sala, su voz. ¿Por qué habrá ocurrido? ¿A alguno de los presentes le ocurrió un fenómeno similar?
No la menciono porque sé que es una situación que despierta antipatía. Que quede claro que esto de no recordar está más allá de la voluntad.
A propósito de recordar, ya descubrí el misterio de Gladys, Pavez y Figueroa. Yo los recuerdo como compañeros míos en el Liceo Gabriela Mistral, pero en casa de Ita que quedó claro que no fueron compañeros del Cuarto A.
Cuando me aprontaba a escribir estas palabras, guardé el carné escolar que coloqué en mi chaqueta y ahí estaban los otros carnés y había uno que decía que yo fui alumno del Segundo G. Todo me quedó claro. Gladys, Pavez y Figueroa fueron del Segundo G.
De paso, esto sirve para aclararle a Leonello que está correcto afirmar que yo llegué al Liceo en Segundo Medio y está correcto cuando él afirma que yo compartí con él y los otros, el tercero y cuarto medios.
Cómo eché de menos a Enrique y Teresa Morales, a Verónica Orellana, el flaco Chamorro, Valentina Ibáñez, Linda Vega, Hidalgo y Ariela Moreno.
Yo estuve nueve horas en la casa de Ita y me pareció que fue un rato. Hace mucho tiempo que no vivía este fenómeno.
Antes del encuentro había imaginado que este sería un festival de yo-yo, en el sentido que todos estaríamos poniendo nuestro ego lo más adornado posible y lo más alto posible: yo he viajado por Europa, yo tengo tres casas, yo tengo los hijos, más bakanes, yo, yo, yo. Pero afortunadamente no fue así. Todo fue dicho en su justa medida.
Si la Tierra fuera devastada mañana por una nueva epidemia y la cura fuera que las personas revivieran emociones del pasado, ¿quién sería el presidente del planeta? ¡Leonello Santoro!, por supuesto.
Un aplauso para Leonello que goza con esta tarea de convocar, investigar, encontrar y citar. Gracias, viejo zorro.
La anfitriona fue Ita Mardones y el convocador y organizador, Leonello Santoro.
Si hubiesemos estados todos ciegos la frase más repetida y veraz habría sido “estás igualito”, o más preciso si aceptamos imaginar que estábamos ciegos “tu voz está igualita”.
Verdad, la voz no nos ha cambiado.
Me lo dijo Leonello antes que entrara, cuando Ita dijo “debe ser Félix”. “El mismo que viste y calza”, respondí yo antes que abriera la puerta y Leonello dijo “tiene la misma voz”.
Así fue. Era cosa de cerrar los ojos y escuchar.
Pero como no estábamos ciegos, los cambios eran sustanciales. Aunque algunos estaban notablemente conservados. Si me exigieran dar un premio al que estaba igualito al año 73, Nancy Jorquera y Rigoberto Paniati compartirían el primer lugar. Detrás de ella y con muy pocos puntos de diferencia estaría Antonieta Ramos, Marcelo Robles y Dora Pizarro. El tercer lugar estaría ocupado por Leonello Santoro e Ita Mardones. A todos ellos los habría reconocido si me los hubiera topado de sorpresa en la vía pública. A los otros y otras no los habría reconocido.
Antes del encuentro, yo tenía muchas situaciones y rostros borrados. Incluso no recordaba si éramos del Cuarto A o del Cuarto B.
Pero conversar y verlos allí, me trajo muchas cosas. Creo que no hemos cambiado mucho en cuanto a nuestras personalidades, noté en muchos que los “lineamientos generales” de la forma se ser de cada uno estaban intactos. Las “pinturitas” conservaban su modo de ser “pinturitas”, los tranquilos y callados seguían tranquilos y con pocas palabras, los buenos para revolverla, siguieron revolviéndola.
En este sentido, para mí la más cambiada fue Antonieta Ramos. La único que encontré de ella igual a esa fecha es que sigue amiga de los garabatos, pero en proporción mucho más baja. En la época de estudiantes sentía que ella ponía distancia comnigo y probablemente yo también con ella, pero ahora la encontré una persona muy cálida y acogedora, permamentemente preocupada de los otros, delicada al hablar de otros y con el don de escuchar de verdad. Un abrazo para ti Antonieta.
Hubo en el encuentro una persona que no me entró nunca en la memoria. Todos los otros se acordaban de ella, pero yo tenía bloqueado todo recuerdo: su nombre, su rostro, su ubicación en la sala, su voz. ¿Por qué habrá ocurrido? ¿A alguno de los presentes le ocurrió un fenómeno similar?
No la menciono porque sé que es una situación que despierta antipatía. Que quede claro que esto de no recordar está más allá de la voluntad.
A propósito de recordar, ya descubrí el misterio de Gladys, Pavez y Figueroa. Yo los recuerdo como compañeros míos en el Liceo Gabriela Mistral, pero en casa de Ita que quedó claro que no fueron compañeros del Cuarto A.
Cuando me aprontaba a escribir estas palabras, guardé el carné escolar que coloqué en mi chaqueta y ahí estaban los otros carnés y había uno que decía que yo fui alumno del Segundo G. Todo me quedó claro. Gladys, Pavez y Figueroa fueron del Segundo G.
De paso, esto sirve para aclararle a Leonello que está correcto afirmar que yo llegué al Liceo en Segundo Medio y está correcto cuando él afirma que yo compartí con él y los otros, el tercero y cuarto medios.
Cómo eché de menos a Enrique y Teresa Morales, a Verónica Orellana, el flaco Chamorro, Valentina Ibáñez, Linda Vega, Hidalgo y Ariela Moreno.
Yo estuve nueve horas en la casa de Ita y me pareció que fue un rato. Hace mucho tiempo que no vivía este fenómeno.
Antes del encuentro había imaginado que este sería un festival de yo-yo, en el sentido que todos estaríamos poniendo nuestro ego lo más adornado posible y lo más alto posible: yo he viajado por Europa, yo tengo tres casas, yo tengo los hijos, más bakanes, yo, yo, yo. Pero afortunadamente no fue así. Todo fue dicho en su justa medida.
Si la Tierra fuera devastada mañana por una nueva epidemia y la cura fuera que las personas revivieran emociones del pasado, ¿quién sería el presidente del planeta? ¡Leonello Santoro!, por supuesto.
Un aplauso para Leonello que goza con esta tarea de convocar, investigar, encontrar y citar. Gracias, viejo zorro.
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