Luego de terminar de plantar los tres ficus en tres grandes y nuevas macetas en la terraza del departamento, me sentí muy contento. No tanto porque los tres arbolitos se veían bonitos y que se venía a demostrar que fue buena la idea de plantarlos allí para que una vez crecidos cortaran la vista con la terraza del vecino, sino que la tierra utilizada había sido hecha enteramente por nosotros, mi amada cónyuge y yo.
La hicimos de la más manera más simple y a imitación de la naturaleza: juntamos en un rincón del patio, detrás de unas tinajas de gredas compradas en Pomaire, cáscaras y restos de verduras que deja la preparación de las comidas; y también amontonamos allí hojas y el pasto recién cortado del jardín.
Lo hicimos luego de la desilusión que tuvimos con la compostera, ese gran recipiente de plástico con agujeros científicamente calculados para convertir los restos vegetales en tierra de hojas. La cuestión sirvió para tener hojas podridas. Al escribir esto me acordé de la gruesa capa de hojas, reunidas allí por miles de años, que tenían los bosques del Parque Nacional Conguillío. Con mi familia caminábamos en medio de esos árboles y el suelo era blando, a veces similar a una esponja.
Me acordé también que una vez vi hacer tierra con deshechos en el campo, en la zona central de Chile, cuando reporteaba un programa gubernamental de apoyo a los pequeños campesinos. La diferencia es que el campesino que yo vi le enseñaron a agregarle gusanos que apuraban el proceso. Pero los gusanos atraían a las gallinas y para evitar que estos pajarracos dieran cuenta de los gusanos, el campesino tenía que tirar encima del montón de restos vegetales, un montón de ramas.
Lo nuestro fue estilo Conguillío.
De ahora en adelante ya no calificó más de basura a los restos vegetales que se generan en la cocina. Son simplemente tierra pura para las plantas de macetas, tierra de la buena para las jardineras, tierra fértil para el cilandro, el orégano, el peregil, el apio y el laurel que cultivamos en nuestra casa, en maceteros pequeños, al alcance de nuestra mano.
Hay una especie de encantamiento en este proceso de convertir los restos vegetales. Yo estaba realmente contento cuando observaba la tierra de los maceteros con los ficus. Increíblemente un poco de tierra me estaba dando alegría y satisfacción. Así que quise escribir estas líneas para compartir mi contentamiento y porque me sentía agradecido.
¿Agradecido?, ¿de quién? Y ¿por qué?
No lo sé. A lo mejor este es el sentimiento que inspira a algunos habitantes del planeta, a aquellos cuya cultura proviene de los pueblos originarios del continente americano quienes tienen especial comunicación con la tierra y dedican un día a agradecerle por los alimentos que nacen de ella.
A lo mejor en un día no muy lejano seremos miles los que haremos nuestra propia fértil tierra. El más contento sin duda será nuestro planeta.